Siguiendo al cronista Mesa, que lo conoció, éste nos narra la vinculación de otra gran poeta, natural de Jódar, con el Santísimo Cristo de la Misericordia: el médico Juan José Molina Hidalgo.
Nacido en Jódar, en 2 de octubre de 1859, Juan José Molina Hidalgo cursa en el Instituto de Jaén, de donde era originario su padre, el bachillerato, cuyo título consigue a los catorce años en que marcha a Granada, licenciándose en su Facultad de medicina cuando apenas contaba veinte años; pronto es nombrado médico titular de su pueblo natal y tiene ocasión de demostrar la bondad de su corazón con motivo de la epidemia de cólera del 1885.
El Ayuntamiento de Jódar le concede un voto de gracia por la labor desarrollada. En dicha población se casa con Ana Moreno Cueto, emprendiendo inmediatamente un viaje a Filipinas, donde residía su padre político y él parece pensaba establecerse; pero la muerte de dicho señor a los pocos meses, cambia el rumbo de su vida, vuelve a España y obtiene la titular de Jimena, que sirve durante veintisiete años, hasta el 1905 en que pasa a Jaén. En la referida villa le nacieron todos sus hijos, a excepción del mayor que lo tuvo en Filipinas. Su primera poesía fue publicada en el periódico La Ruleta, que dirigió en Úbeda Luis Garrido Latorre, y la escribió con motivo de los terremotos de Granada.
Desde entonces puede decirse que no dejó de escribir hasta su muerte, colaborando en todos los periódicos provinciales y en algunos nacionales, donde se encuentran todos sus escritos. La mayoría de los publicados hasta 1918 fueron reunidos en un tomo que, con el título de «Versos y Prosa», publicó la Diputación provincial en dicho año. Durante su estancia en Jaén, fue constantemente solicitada su colaboración para cuantos actos literarios se realizaban, sobre todo en la Real Sociedad Económica, donde algún año tuvo a su cargo la oración en honor de Carlos III, fundador de la misma.
Organizó el Colegio de médicos de la provincia, del cual fue presidente una temporada, por lo que se le honró con la presidencia honoraria, en sesión de 27 de enero de 1922. Y como su labor humanitaria había de tener un carácter completo, desempeñó durante muchos años el cargo de profesor en esa magnífica institución docente de Jaén que se llama colegio de san Agustín. Alejado de casi toda actividad, moría el día 14 de febrero de 1938, en la casa número 13, de la calle de Ruiz Romero.
Decía el propio cronista que: “En estos últimos años sólo he visto reproducido uno de sus magníficos sonetos en una colección publicada con el título de «Los cien mejores sonetos de la poesía castellana»: aquél en que ante el Cristo que le vio nacer, el veneradísimo de la Misericordia, parece que Molina Hidalgo, a la hora de morir, hace examen de conciencia y pide perdón por todas las faltas pasadas, por todo lo que la Ciencia le hizo dudar”.
Es durante esa mitad del siglo pasado cuando los hombres de este pueblo olvidan la realidad de la advocación bajo la que nuestro Cristo está. Demasiados egoístas, materialistas e incrédulos, dan lugar a que la Cofradía de la Misericordia desaparezca; se venden sus bienes, se disuelve la Hermandad, desaparece el Hospital y la fe colectiva queda sumida en la devoción particular de cada uno.
Se caracteriza aquí la mitad del siglo pasado (siglo XIX) por un relativo retroceso en las aspiraciones, en las ilusiones de progreso que en los años anteriores habían tenido todos los españoles. Ese desencanto, esa desilusión, habían de producir caracteres agriados, poco firmes, ideas bamboleantes.
Esa desorientación sin duda produjo años más tarde una época revolucionaria. La primera República. Esa falta de fe y esos trastornos debieron de afectar en su niñez a Juan José Molina. La carrera y profesión seguidas más tarde no habían de ser las más a propósito para devolverle esa fe, esa seguridad que es en la vida muralla donde se estrellan todos lo infortunios. Y por eso Molina Hidalgo no canta a Nuestro Cristo convencido, no le canta como Almendros Aguilar.
Juan José Molina es el náufrago que ante la dureza de la vida y sus tempestades suplica al Santísimo Cristo de la Misericordia un puerto de salvación; es el náufrago que busca la tabla donde salvarse, es el hombre que pide la luz que su alma ansía, el hombre en cuyo corazón se siente ahogada la semilla por la cizaña, el hombre que vueltos los ojos a Nuestro Señor se quiere salvar, porque Nuestro Señor es el Cristo de la Misericordia. Yo recuerdo la emoción sentida cuando una anciana venerable, la que fue ejemplar esposa de Juan José Molina Hidalgo me contaba con voz entrecortada cómo nació el soneto al Cristo de la Misericordia.
Vive en Jaén ya el poeta; ha pasado su juventud, después de haber surcado el mar. Recién casado ha llevado a Filipinas el culto a Nuestro Señor. Habrá momentos en que hasta su recuerdo se le haya casi borrado, pero la semilla la lleva dentro, las impresiones de niño no las puede olvidar. Y en una tarde caliginosa, pesada, cuando parece que la naturaleza se duerme y se aquieta, retirado en su alcoba en busca de un alivio, mientras el sueño huye de sus ojos y frente a ellos queda la estampa del Santísimo Cristo de la Misericordia, fluyen de los labios de Juan José Molina Hidalgo unos versos que retratan su estado de ánimo, que revelan su lucha interior, unos versos con que su fe llama al Cristo querido y hace el soneto que ahora vais a oír:
De espinas coronado, el pecho abierto,
como cuando mi madre me llevaba
y de hinojos postrado te rezaba,
hoy te miro, Señor, herido, muerto.
Pero llego, ¡infeliz!, cansado y yerto,
enfermo el corazón con que te amaba
y torpe ya la lengua que cantaba
que eres de salvación único puerto.
Acógeme, Señor, a tu clemencia
y mándame la luz que mi alma ansía
para ver tu grandeza soberana …
Que la duda que en mí clavó la Ciencia
y perturbó mi pobre fantasía,
la borre, de una vez, la fe cristiana.
En 1974 la hermandad le rindió un homenaje colocando el soneto en una placa de mármol en la fachada del templo, la cual fue donada por el entonces cronista oficial de la ciudad, asistiendo sus familiares, después la placa fue renovada, y la original se conserva en el museo de la hermandad.
Ildefonso Alcalá Moreno
Cronista oficial de Jódar.